viernes, 11 de diciembre de 2015

ENTREVISTA A ALEJANDRO CASTROGUER

La nieve cae a mí alrededor sin piedad, obligándome a avanzar con la cabeza gacha para evitar que mis ojos se llenen de copos y entorpezcan mi visión. Con el gorro calado hasta las orejas y la bufanda enrollada en mi cuello cual serpiente pitón, ando torpemente sobre la extensa capa de nieve que recubre todo el paisaje. Noto cómo mis pies se hunden a cada paso que doy, sintiendo los calcetines mojados. El castañeteo de mis dientes parece una tonalidad musical.
            —No había otro sitio para hacerla, joder —murmuro para mí, encarando una pendiente donde, supuestamente, encontraré mí destino.
            Recuerdo las risas del dependiente de aquella tienda cuando le pregunté acerca de la cabaña donde estaba citado. Primero me miró con cara de burla, escrutándome detenidamente por si le estaba gastando una broma. Cuando se dio cuenta de que iba en serio, su rostro mutó en un gesto de condescendencia.
            —Es una locura ir allí con este tiempo. Está en el culo del mundo —el dependiente se hurgó con el dedo entre los dientes.
             —Voy en busca de Alejandro Castroguer, escritor que acaba hace unos días de recibir un premio de literatura. El premio Jaén 2015 por su última novela Glenn. ¿Le suena?
            — ¡Y a quién no! Me tuvo enganchado durante semanas a dos de sus novelas La Guerra de la doble muerte y El último refugio GDMII  Me dejó el cuerpo temblando. ¿Va a estar con él?

            —Sí, trabajo en una revista y tengo la fortuna de entrevistarlo. Yo me leí El Manantial. Si no lo has leído no lo dudes. Es una novela brillante con mucha fuerza y narrada tan visceralmente que no te dejará indiferente.
            —Lo tengo en mente desde hace tiempo, pero aquí no sobra el tiempo libre solo tienes que ver como tengo la tienda. Pero sin duda tengo que buscar un ratito, creo que es uno de los escritores españoles más cultivados de hoy en día. Me flipa su prosa, tan elegante y tan diferente. Esa forma que tiene de mezclar recursos literarios y de entrelazar la cultura del cine, de la música o de la literatura en sus obras es fantástica.
            Si por ambos fuera, nos hubiéramos quedado hablando sin parar sobre aquel prolífico autor, pero me recordé que mi destino era, precisamente, encontrarme con él. De modo educado, me despedí de aquel tipo y continué mi marcha por el inhóspito paisaje.
            Trepando los últimos metros, jadeando, compruebo con alegría la cabaña de madera a lo lejos, rodeada de enormes árboles de copas níveas, de las que se desprenden montoncitos de nieve con cada ráfaga de viento.
            Me acerco con prisas, deseando ser acogido por el calor de la chimenea, sorbiendo una humeante taza de café junto a él, mientras responde a las preguntas que con tanto esmero han sido elaboradas.
            Llamo a la puerta e, instantes después, Alejandro está al otro lado del umbral con una cálida sonrisa ofreciéndome una taza de café. Todo el frío se disipa al instante, y no solo por el calor del interior, sino por estar junto a este gran escritor cuyo talento solo puede igualarse a lo gran persona que es.
Desde hoy seré Castrogueriano.

– Dices que en el transcurso de tu carrera literaria te deshiciste de varios manuscritos por auto exigencia. ¿Cómo es eso? ¿Por qué no modificar dichas obras y darles una oportunidad?

Prefiero construir antes que restaurar, máxime cuando se trataba de edificios ruinosos, aquejados de la aluminosis de la inexperiencia. Aquellos esfuerzos literarios me sirvieron para crecer en silencio, casi en la clandestinidad, como arquitecto de novelas, y no tienen más valor que ése, lo que no es poco, por otra parte.


– Ciencia ficción, terror. Esos son los dos géneros por los que te has movido. ¿Qué te hace ahora cambiar completamente de registro? ¿Nuevos retos o alejarte de una temática que ya no te divierte?

Durante años escribí novelas realistas, una histórica y hasta alguna novela negra. Así que publicar “Glenn” es, de alguna manera, volver a mis orígenes después de apostar por el díptico de la Doble Muerte y El Manantial. No hay más terror que el que se puede conocer en esta maldita realidad que nos asfixia, ni futuro más próximo que el de mañana por la mañana, alentador para quienes tienen trabajo, deprimente para quienes carecen de futuro. Así pues, “Glenn” es la reafirmación del escritor que fui, soy y seré, ya sea transitando novelas de género o novelas de autor.


– Hoy en día, la mayoría de personas acaban decepcionadas con las adaptaciones de libros al mundo cinematográfico. Con esa premisa, ¿hasta qué punto te gustaría ver una creación tuya llevada a la gran pantalla?

No es algo con lo que sueñe. Me importa más crecer como escritor y alcanzar las metas que me impongo, que la carambola de ver “Glenn” en la gran pantalla. Lo del cine es como la lotería: si te toca, cojonudo, pero no has de pensar en ello. Además, quién sabe, un éxito de tal calibre te puede llegar a convertir en un estúpido millonario cegado por las marcas de sus chaquetas y la de sus coches. Y ése no soy yo. 


– En el libro “El manantial”, dejas un final abierto para que cada uno interprete a qué hace alusión el título. ¿Por qué ese mensaje subliminal para jugar con las mentes de los lectores? Y, ya que estamos, ¿qué es el manantial?

Como escritor soy de los que ordenan todo el puzle de una novela antes de escribir una sola línea. Todo tiene que estar en su sitio y, perfectamente, medido. Nada ha de desentonar. Otra cosa es que luego, a la hora de escribir, hurte un par de piezas a ese puzle para que las complete, a su antojo, el lector. Soy de los que sostienen que el lector es tan inteligente como el novelista, y a ese tipo de lector es para el que escribo.


– Blogs, Facebook, Twitter... Vivimos en una época en que las redes sociales están en su máximo apogeo, propiciando con ello una mejor propaganda de todo. Eso es beneficioso por una parte pero, ¿no tiene un lado negativo ante posibles spoilers u opiniones dañinas? ¿Hasta qué punto debemos dejar o querer que la información fluya sin control?

Claro que se cometen muchos atropellos en internet, y que hay mucha información que se maneja de forma torticera y convenida. Pero son los tiempos que nos toca vivir. En la parte positiva tenemos el milagro de poder hablar con un lector en la otra esquina del planeta en tiempo real y saber de sus dudas u opiniones respecto de tu obra.


– ¿A qué tiene miedo Alejandro Castroguer?

A la pérdida de los seres queridos. Y también a la sacrosanta inutilidad de la agonía, para lo cual es primordial que se legalice, de una puñetera vez, la eutanasia.


– ¿Cuál es fu fantasía oscura?

¿Valdría cenar con Jean Seberg? No sé si es muy oscura o inconfesable, pero es la que me ha venido a la cabeza en este instante. Seguro que luego se me ocurre alguna más viscosa y salvaje.


– En tu obra nos introduces en el mundo de la música de una forma u otra. ¿Qué banda sonora tendría tus obras?

Evanescence, Metallica, Sangre Azul, Cyndi Lauper y otros muchos grupos, amén de algunas músicas clásicas, para el díptico de “La Guerra de la Doble Muerte” y “El último refugio”.

En “El Manantial” la banda sonora viene dada por el propio decurso de la novela: qué mejor canción para hablar de Abel y Verona que ese “The End” de The Doors, que ellos mismos cantan. Escribí buena parte dicha obra oyéndola, pues le va como anillo al dedo a algunas de las escenas.

Y en “Glenn”, obviamente, la música se ajusta al propio repertorio del pianista canadiense. Hay algo de Bach, de Brahms, de Wagner… E lector más curioso e inquieto podrá encontrar una selección de las piezas que aparecen en mi última novela en este enlace:

https://www.youtube.com/watch?v=Xmd_b4KNlpU


–¿Cómo plantea una novela antes de introducirse en el mundo mágico de crear?

Como dije con anterioridad, ordeno el puzle, al completo. Capítulo a capítulo, personaje a personaje. Todo está medido y controlado. En mi tiránico mundo creativo, mis personajes no obran a su antojo, ni se mueven por ese azar inherente al instante en que uno escribe; mis personajes son músicos de una gran orquesta que entran y salen obedeciendo la batuta del director.


– ¿De quién ha bebido y de quién bebe para escribir con este lenguaje tan elegante y poético?

Soy de los que leen poesía antes de escribir, por prescripción médica de uno de mis doctores literarios, Ray Bradbury. Pero también frecuento a otros grandes sanadores de la literatura, Julio Cortázar, Italo Calvino, Ángel González, Henry Miller, Antonio Muñoz Molina, Virginia Woolf, Alessandro Baricco, , Mario Benedetti, John Steinbeck, John Cheever, y un largo etcétera. Autores que cuidan el lenguaje con mimo de orfebres o joyeros.


 – Ha dibujado en la novela ganadora un  personaje  antagónico con zonas  oscuras y espléndida ¿porqué fue elegido Glenn?  ¿Qué supone ganar  con la novela Glenn el Premio Literario Jaén 2015?

Ganar el Premio Jaén de Novela lo es todo para un autor como yo que, atentamente, ha seguido el devenir del citado premio desde que empezase a escribir allá por 1989, con más desatinos que aciertos, dicho sea de paso. Ha llovido mucho desde entonces, pero la ilusión es la misma. Un triunfo de esta magnitud significa dar un vuelco definitivo a mi carrera, la constatación de que acerté a elegir a un personaje real, Glenn Gould, como protagonista de mi nueva aventura narrativa.

Glenn fue un hombre único, intransferible y único como artista, desorientado como persona. De alguna manera, sus miedos son los míos, sus inseguridades son las mías; obviando su hipocondría y algunas de sus excentricidades, Glenn soy yo.

viernes, 4 de diciembre de 2015

DELEITANDOME

 
 
 
 
  
 
Primero me gusta pasar mi mano sobre su piel, siempre húmeda, a veces viscosa como si hubiera salivado por todo su cuerpo.
 
Mirándo su ojos ya vidriosos pero que todavía guardan el miedo al final, su último aliento, introduzco una hoja bien afilada en sus entrañas y voy marcando una línea recta hacia su garganta.
Despacio, con suavidad, siento como voy cortando la carne.
 
Es entonces cuando mi mano penetra en su interior y arranco con fuerza sus tripas, los entresijos que un día le hicieron vivir.
 
Lavo con rapidez mi cuchillo y remojo mis manos para borrar cualquier resquicio de matanza en mi.
 
Vuelvo a mi tarea, despacio, moviéndo con sumo cuidado la cuchilla para liberar la piel de su carne, por todo su cuerpo..., así, de un lado a otro rasgando su identidad.
 
Es acabando cuando lo enjuago con minuciosidad, que no vea ninguna hebra de hilo sanguinolento. Que esté tan puro que cuando mastique un trozo de su carne sienta el placer de comerme la vida.
 
Algunas veces extraigo sus ojos, mis dedos juegan en su boca mientras agarro el globo ocular y lo saco con fuerza. Luego con un machete parto su cabeza en dos.
 
Acabo mi trabajo...
 
La Señora Pepa ha tenido suerte, le he limpiado la mejor pieza del mercado.
Tendrá un buen salmón para su cena de Nochebuena.

Sidrina

 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

LA ESTANCIA DEL FONDO



La niña balanceaba los pies sentada en la silla, con cara de aburrimiento y paseando la mirada por enésima vez alrededor. Junto a ella, su madre se miraba las uñas con parsimonia, frotándose de vez en cuando alguna para eliminar imperfecciones apenas perceptibles.
            Todas las sillas de la sala estaban ocupadas por un gran número de personas que esperaban a su turno para entrar en la estancia del fondo, donde de vez en cuando una enfermera con voz de pito salía y gritaba el nombre del siguiente a quien le tocase. Diversos carteles decoraban las paredes de la sala de espera, uno de ellos destacando entre todos, ya que mostraba el motivo por el que la gente estaba allí congregada a la espera de ser atendido. Kasey miró fijamente dicho cartel, en el cual una niña rubia de sonrisa radiante mostraba su brazo derecho con la camiseta arremangada, encontrándose junto a ella un doctor de sonrisa aún más radiante si cabe con una jeringuilla en la mano, cuya aguja se encontraba introduciéndose en la piel de la niña.
            —Para, Kasey —su madre le posó una mano sobre ambas piernas, advirtiéndole con ello de que cejase con el balanceo de las mismas—. Me estás poniendo nerviosa.
            —¿Cuándo nos va a tocar? —preguntó la hija, con una mueca de fastidio en el rostro.
            —Pronto. Así que ten paciencia.
            La puerta de la estancia del fondo se abrió, saliendo una mujer que se presionaba un trozo de algodón sobre el sitio del brazo donde le habían pinchado. Todos los presentes giraron la cabeza hacia la enfermera que salió tras ella, con una hoja en la mano en la que tachó algo.
            —Michael Rider —entonó la enfermera con su voz estridente, levantando la cabeza de la hoja y mirando en derredor.
            Un hombre de traje se levantó de su silla, con la cara lívida y secándose el sudor de la frente. Con pasos lentos se dirigió a la estancia del fondo, cerrándose la puerta cuando él y la enfermera estuvieron dentro.
            —Tengo miedo, mamá —Kasey sentía por dentro ese gusanillo de nervios que tan poco le gustaba.
            Sally cruzó la mirada con una señora mayor que se encontraba sentada enfrente, quien mostraba una cara de pena por el comentario de la niña.
            —¿Miedo a las agujas, cariño? —dijo Sally, acariciando el pelo a su hija—. Será un pinchacito de nada. Ni lo vas a notar. Además, yo también voy a ponerme la inyección y no me ves nerviosa, ¿verdad?
            Kasey negó con la cabeza pero no pudo evitar seguir con ese malestar interno, y más cuando la puerta del fondo volvió a abrirse, levantándose la señora mayor de enfrente al ser llamada por su nombre.
            —¿Y es necesario hacerlo? —preguntó Kasey, esperanzada ante la posible respuesta de que no tenían que hacerlo.
            —Cariño, sabes que sí. No querrás ponerte malita, ¿verdad?
            Finalmente, Sally y Kasey se encaminaron a la estancia cuando les tocó, interponiéndose en su camino la señora mayor que les había precedido, quien se agachó y, con la punta de los dedos, pellizcó a la niña en la mejilla.
            —No tengas miedo, preciosa. No duele nada.
            Sally susurró unas palabras de agradecimiento cuando la mujer se irguió de nuevo y se puso a su altura, mirándose fugazmente a los ojos hasta que la señora abandonó la sala con prisas.
            Una vez dentro, un médico afable les recibió tras una mesa desvencijada de madera sobre la que descansaban varios viales de líquido azul.
            —Bueno, Kasey. Sé que ayudarás a tu madre para que no salga corriendo al ver la aguja —dijo el médico, mostrando unos dientes perfectos al sonreír para animar a la pequeña.
            —Tengo mucha suerte de tener a mi pequeña heroína —contestó Sally, mirando a su hija con orgullo y viendo como esta se tranquilizaba.
            La enfermera trajo un par de jeringuillas, las cuales fueron alimentadas por un vial cada una. Cuando el médico terminó de inyectar a madre e hija les indicó la siguiente estancia a la que tenían que acudir.
            —Muchas gracias por todo, doctor —Sally no pudo evitar que los ojos se le humedecieran.
            —Adiós, Kasey. Has sido muy valiente —el médico revolvió el pelo de la niña, haciendo un gesto a la enfermera para que les acompañase afuera y diese paso al siguiente.
            Sally caminaba junto a su hija agarrada de la mano, contemplando a la gente que quedaba por ser atendida. Doblaron un pasillo a la derecha y llegaron a una doble puerta marrón por la que estaba entrando la señora mayor que les precedió en la estancia del fondo.
            —Tengo un poco de sueño, mamá —Kasey murmuró las palabras, frotándose los ojos con ambos puños.
            —Yo también, mi vida —contestó Sally—. Ahí dentro podremos descansar, ¿te parece?
            Flanquearon la doble puerta y entraron en un espacio enorme lleno de camas plegables y colchonetas por todos sitios. La sala estaba abarrotada de personas que se encontraban tumbadas o sentadas con la espalda apoyada en la pared. El ruido de voces era apenas audible, un mero murmullo que se iba apagando poco a poco.
            Sally se dirigió junto a Kasey a una esquina en la que había una cama libre. Se tumbaron las dos juntas y mirándose.
            —Duerme, mi vida. No me moveré de tu lado.
            —Gracias, mamá —contestó la niña en un tono de voz bajísimo, notando cómo el sueño hacía mella en ella—. Un ratito solo.
            Sally lloró cuando su hija se durmió, notando cómo sus ojos se iban cerrando también por el cansancio. Antes de sucumbir a la inconsciencia, maldijo para dentro por haber llegado a esa situación. Maldijo a todos los países del mundo por haber iniciado ese ataque nuclear entre ellos, dejando el planeta convertido en un erial con imposibilidad de seguir viviendo en él. Maldijo la estupidez humana y la impotencia de no haber podido dar un futuro a su hija. Por otra parte, agradeció la iniciativa del Gobierno de otorgar una forma placentera de acabar con todo, en contraposición de esperar sentado a que la atmósfera irrespirable acabase con ellas.
           Finalmente, Sally se durmió con la mano apoyada en la mejilla de su hija. Se permitió una última sonrisa por saber que su hija murió sin sufrir y sin saber.